CON DIOS EN EL INFIERNO


CRONICA DE LA INTERNACION DE DIEGO MARADONA EN LA CLINICA PSIQUIATRICA DE PARQUE LELOIR, NARRADA POR SU ENFERMERO PERSONAL

UN RELATO CONMOVEDOR DE LOS DIAS MAS OSCUROS DEL MAS HUMANO DE LOS DIOSES.



La historia que estoy a punto de contarles es como un laberinto sin salida, una encrucijada de luces y sombras en la vida de un hombre que ha sido ídolo y villano, genio y víctima. Me encontré en el epicentro de este torbellino, como un testigo silencioso de los demonios que acosaban a Diego Maradona, un ser cuya grandeza y fragilidad se entrelazan como hilos de un tejido inquebrantable.

Era un día como cualquier otro cuando el eco del silencio se apoderó de la nación. Las calles que antes vibraban con los cánticos de hinchas y los murmullos de los dioses del fútbol, se sumieron en un susurro inquietante. La noticia retumbó como un trueno en el alma de Argentina: Diego Armando Maradona, el eterno 10, había sido internado en una clínica psiquiátrica; un viaje a través de la oscuridad y la esperanza que marcó un punto de inflexión en la vida de un hombre que, a pesar de todas las adversidades, seguía siendo un ídolo para millones. Sus desafíos personales y su resiliencia son un testimonio conmovedor de la complejidad de la condición humana y la capacidad de superación en medio de la tormenta.

Su salud era frágil, su cuerpo llevaba las cicatrices de una vida entregada al fútbol y a la autodestrucción. La adicción a las drogas era un infierno que lo persiguió incansablemente, amenazando con arrebatarle todo lo que quedaba de su esencia. Cada día era una lucha contra la tentación, una prueba de resistencia que ponía a prueba su voluntad y su deseo de recuperación. Como su enfermero, fui testigo de sus momentos de debilidad y fortaleza, de las lágrimas y los suspiros de un hombre que anhelaba la libertad de su propia prisión.

Puedo dar testimonio de un drama jamás contado en la vida del deportista más grande de todos los tiempos. 

Este prólogo, lector, es solo el inicio de una historia que trasciende el deporte y se adentra en el alma de un hombre que cautivó al mundo con su genio y también lo confrontó con su vulnerabilidad. Intentaré llevarlos por un viaje emocional y conmovedor a través de los 133 días que pasé cuidando a D10S.




Capítulo 1: Del Cielo al Infierno


22 de junio de 1986. El Estadio Azteca de Ciudad de México era un coloso rugiente, con 114.000 corazones latiendo al ritmo del Mundial. El reloj marcaba el minuto 55'…


“La va a tocar para Diego, ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, deja el tendal y va a tocar para Burruchaga… ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta… Gooooool… Gooooool… ¡Quiero llorar! ¡Dios Santo, viva el fútbol! ¡Golaaazooo! ¡Diegoooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme… Maradona, en recorrida memorable, en la jugada de todos los tiempos… Barrilete cósmico… ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina?

Argentina 2 – Inglaterra 0. Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona… Gracias, Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2-Inglaterra 0”. Así relató Victor Hugo Morales.

En ese preciso instante, el astro argentino Diego Armando Maradona se elevó por encima de la realidad, marcaba el mejor gol en la historia de los mundiales, denominado como "El Gol del Siglo", en los cuartos de final de la Copa del Mundo.





9 de mayo de 2004, 15 horas. Clínica de Rehabilitación Psiquiátrica en Parque Leloir, Buenos Aires.


Aquí, espero la llegada de Diego Maradona. Las instalaciones son sencillas: una cama, un sillón para acompañantes, un televisor y una mesa con dos sillas. Esta "pocilga", como él la llamaría más tarde, sería su hogar durante los próximos 133 días y noches.


Diego llegó con la pesada carga de más de 120 kilos. Su exceso de peso le imponía una cruel factura en forma de problemas respiratorios, circulatorios, hipertensión y apnea del sueño. El parte médico de ingreso anunciaba una "miocardiopatía dilatada con deterioro de la función sistólica del ventrículo izquierdo, producto de la cocaína e hipertensión”.

La ambulancia que lo trae informa que el Diez estaba "sedado". En este momento crítico, no solo se pone a prueba su salud cardiovascular, sino también valores fundamentales como la libertad y el derecho a la vida.


Personalmente, enfrentar el desafío de cuidar la vida de Diego y "acompañarlo" en esta travesía tan difícil, se presenta como un reto monumental.

Para la internación en este lugar, su familia presentó una figura legal, la cual protege y asiste a personas que, debido a limitaciones físicas o mentales, no puedan ejercer plenamente sus derechos, llamada “curatela”.

Y aquí se presenta el primer obstáculo: Diego cree que su estancia será breve, que regresará a su quinta en "General Rodríguez" con sus amigos en tan solo unos días.


El Diez arribó a la Clínica del Parque poco después de las 15:20. Con el paso de los minutos, una multitud de fanáticos con carteles de apoyo se congregó en el lugar. Los medios de comunicación también hicieron acto de presencia, con numerosos periodistas tratando de obtener una fotografía de Diego, una palabra de algún allegado o la más mínima información de las autoridades del centro psiquiátrico.


Cuando ingresé a la habitación de Maradona. Allí estaba él, su figura estaba frágil y vulnerable, luchando contra los estragos de la enfermedad.


Sus ojos reflejaban un profundo cansancio. Me miró con una mezcla de incertidumbre y tristeza, como si supiera que este enfrentamiento era su batalla más difícil. Mi misión era clara: cuidar de él, aliviar su sufrimiento y darle el apoyo que necesitaba en este momento crítico de su vida.


Nada más ingresar, Maradona comenzó a preguntar cuándo volvería a casa. Nadie le había explicado que tendría que quedarse, al menos por unos días. El paso de las horas y la falta de respuestas empezaron a caldear los ánimos. Imaginen a un Diego enfurecido. Era como cuidar a un león enjaulado, pero con su alma aprisionada.


Los primeros días resultaron extremadamente complicados; Diego se oponía ferozmente a todo tipo de tratamiento. Estaba enojado, confuso y pasaba las noches sin dormir. Reconocía la enfermedad de su cuerpo, pero no asumía que la problemática del consumo, fuera algo por lo cual debiera ser encerrado y privado de los más hermoso que puede tener una persona: la libertad…


A lo largo de las semanas que pasé junto a Maradona, vi su humanidad de cerca. Más allá de su fama y talento legendario, era un ser humano con miedos e inseguridades; como cualquiera. Escuché sus historias de triunfos y derrotas, de amores y desilusiones. Cada día, luchábamos juntos.

Hubo momentos de alegría, cuando su sonrisa volvía a iluminar la habitación y momentos de desesperación cuando la enfermedad se volvía implacable. Cada día era una batalla, una lucha contra los demonios internos que lo habían atrapado durante tanto tiempo. Lo vi cuando la desesperación amenazaba con consumirlo por completo. Pero también presencié su fuerza de voluntad, su determinación para vencer a sus debilidades y salir adelante. Aquel hombre, que alguna vez había deslumbrado al mundo con su destreza en el campo de juego, estaba luchando por su propia vida, por su propia redención.





Capítulo 2: El Encierro Inevitable


En las leyendas, el tiempo danza y las emociones se funden con la realidad. Diego, un hombre cuyo historial clínico deja un tapiz de excesos y luchas, había desafiado a la muerte en múltiples ocasiones.

En el año 2000, en Punta del Este, atravesó una situación delicada. "Crisis hipertensiva, arritmia ventricular y apneas de cinco o seis segundos", afirmaba el parte médico del mejor futbolista de todos los tiempos. En ese momento, la descompensación fue el resultado de una sobredosis: había clorhidrato de cocaína en su sangre y orina.

Luego, en abril de 2004, Diego nuevamente hizo palidecer a sus seres queridos cuando fue ingresado en estado crítico, enfrentando un panorama similar al de Punta del Este. Esta vez incluso había sido conectado a un respirador artificial. 

Sin embargo, como en otras ocasiones, Diego demostró que era una figura que quebraba las leyes de la biología.


El estruendo de su fama pasada se desvaneció, dejando únicamente a un hombre vulnerable. La amenaza no venía del exterior, sino de las sombras que acechaban en su propia mente.


Diego podía ser encantador y al instante siguiente, abrasivo; sin transición alguna. Su mundo no conocía la palabra "NO"; se hacía lo que él quería, incluso cuando su capacidad estaba en tela de juicio. Como paciente, nunca antes había presenciado nada semejante a lo que Maradona generaba.

Desde su llegada hasta su partida, todos anhelaban tocarlo, verlo o conseguir su firma en un papel o camiseta. Incluso los médicos más experimentados se inclinaban ante el "SI DIEGUISMO". 

En lugar de darle indicaciones, le preguntaban "qué quería hacer?", como si suplicaran su aprobación. Quienes lo desafiaban eran expulsados a gritos. Su médico de cabecera, Alfredo Cahe, era la única figura que Diego respetaba y escuchaba.


Durante su estancia, experimentamos momentos que oscilaron entre la desesperación y la esperanza, entre la rabia y la tristeza, como un torbellino emocional buscando un equilibrio.


Uno de los episodios más desgarradores fue su encierro en la habitación durante varios días, donde las paredes blancas parecían estrecharse con cada suspiro. Mientras él luchaba internamente, sus estallidos de ira retumbaban en los pasillos de la clínica, como ecos de una vida marcada por la gloria y los conflictos.

En ocasiones, parecía su propio carcelero, atrapado en patrones autodestructivos, enfrentandose al desafío de liberarse de las cadenas que él mismo había forjado.

A menudo, nos encontrábamos en la encrucijada entre preservar su seguridad y respetar su dignidad. Las medidas de contención eran esenciales para prevenir daños a sí mismo. Las camas rotas y las paredes golpeadas eran testigos silenciosos de la desesperación su furia incontrolable. Sus gritos angustiados llenaban el espacio mientras pedía, suplicaba, ser liberado. "¿A quién maté?", murmuraba en momentos de desasosiego.

Las preguntas se repetían: "¿Por qué estoy preso?". Sus ojos buscaban respuestas en medio de la confusión.

Sin embargo, también hubo momentos de claridad conmovedora. Una vez, me miró con ojos de preocupación e imploró que quitara sus ataduras en manos y pies. Lo hice con precaución, como si estuviera liberando a un soldado herido de sus grilletes. Luego, lo acompañé a tomar una ducha, como si estuviéramos lavando las capas de sufrimiento que lo envolvían. Se puso ropa nueva, un gesto que parecía simbolizar un renacimiento frágil pero genuino. Cuando finalmente se sentó a almorzar la comida que su madre había enviado con amor, sentí una pequeña chispa de esperanza en medio de la oscuridad.

En un momento que se grabó a fuego en mi memoria, Diego me abrazó con fuerza, sus lágrimas empapando mi hombro. Un beso en mi mejilla y sus palabras: "Hermano, nunca, pero nunca me voy a olvidar de vos", resonaron en mi mente como un eco de gratitud y humanidad en medio de la lucha desgarradora que enfrentaba.

Ser testigo de la internación de Diego Maradona fue una experiencia conmovedora y dolorosa. Mi papel como su enfermero me permitió ver más allá del ídolo del fútbol y llegar al corazón del hombre que luchaba por encontrar la paz en medio de la tempestad que lo consumía.




Capítulo 3: El Sendero hacia la Recuperación


Pero incluso en la oscuridad más profunda, un rayo de luz logró abrirse paso. Maradona, poco a poco, empezó a vislumbrar un camino hacia su recuperación. La terapia se transformó en su ancla, una tabla de salvación en la tormenta, parecía comprender que este tratamiento era su vía hacia la sanación.

En sus momentos de angustia, el amor inquebrantable por su madre se convirtió en un bálsamo ante el sufrimiento abrumador. Hablaba de ella con un tono de nostalgia y cariño que derribaba las murallas emocionales que él mismo había construido. La conexión con su madre le recordaba su propia humanidad y lo impulsaba a avanzar hacia la recuperación.


Cada día comenzaba con un riguroso control de su salud cardiovascular, donde se le realizaba electrocardiograma, medición de parametros vitales, seguimiento de peso y glucosa, entre otros. En la habitación contigua, se montaba una suerte de unidad de cuidados intensivos, equipada con medicamentos, monitores y aparatología de alta complejidad, con un equipo de especialistas que lo custodiaban como “ángeles guardianes”; sin que Diego lo supiera. La cercanía de una ambulancia, a pocos metros de distancia, recordaba la fragilidad de la situación.


Diego no estaba dispuesto a ser atendido por médicos desconocidos; no permitía que lo vieran en su vulnerabilidad. Esta situación fortaleció nuestro vínculo. Emergió una confianza sólida que resultó crucial para su tratamiento.

 ¿Por qué confiaba en mí? Tal vez porque ambos veníamos de barrios populares, porque nuestros padres eran personas humildes y trabajadoras; quién sabe. Pero Diego conmigo se sentía seguro. Me llamaba "hermano", un título que portaba con orgullo. El hecho de compartir el nombre "Lalo" con su hermano menor creaba un vínculo que iba más allá de lo profesional.





Capítulo 4: El Resurgir de D10S: Cuando Maradona Volvió a Sonreír


Los días transcurrían mientras buscábamos el punto en el que el auténtico Diego pudiera renacer de las sombras que lo rodeaban. Lágrimas silenciosas y gestos de tristeza forjaban un retrato más humano de aquel que alguna vez fue un líder indomable en la cancha. Los momentos malos le ganaban por goleada a los buenos, pero más allá de los desafíos emocionales que enfrentaba, había ocasiones en las que hallábamos la manera de saborear la vida incluso en medio de la adversidad.

La televisión se transformaba en una ventana al mundo exterior, un recordatorio de que la vida continuaba su curso. Jugábamos a las cartas y las risas se mezclaban con las mentiras de un "falta envido y truco", mientras de vez en cuando desafinábamos con un parlante y un micrófono que inyectaban algo de alegría a las tardes de encierro.

Uno de los momentos más memorables fue el día en que organizamos un partido de fútbol en un pequeño patio de la clínica, con una pelota desinflada de cuerina y dos arcos improvisados con camperas. Aunque su destreza en el campo se veía mermada por su estado de salud, su pasión y alegría eran contagiosas; ese día se convirtió en una lección de vida para todos los presentes. Los pacientes de la clínica lo admiraban y respetaban, su presencia era una chispa de esperanza para muchos.


Recuerdo con cariño una conversación en la que Diego asumió un tono serio, como si estuviéramos planificando una estrategia antes de un partido. Me dijo: "Lalo, escucha: si me prestas tu ropa de hospital y yo salgo de acá como si nada… ¿Se darán cuenta? Me pongo un estetoscopio y me voy a la mierda. ¿Qué te parece?"

La propuesta, pronunciada con una mezcla de seriedad y humor, encapsulaba la esencia desafiante y tenaz de Maradona. Hasta el día de hoy, no estoy seguro si lo decía en serio o en joda, pero esa dualidad era parte de lo que lo hacía único.


La permanencia de Diego Maradona en la clínica fue una experiencia llena de  contrastes. Entre momentos de introspección y luchas internas, también encontramos formas de reír, conectar y celebrar la vida. A través de estas vivencias, aprendí que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay espacio para la luz y la humanidad.




Epílogo: El Renacimiento


A medida que el tiempo pasaba, la figura de Diego Maradona emergió de las sombras. Ya no era simplemente un futbolista legendario, sino un hombre que había confrontado sus miedos y había encontrado un camino hacia la recuperación. 


Maradona lo había logrado. Tras más de cuatro meses de lucha incansable, Diego estaba listo para recibir su alta médica y continuar su tratamiento en Cuba. Finalmente, era libre de nuevo.


La última cena con sus padres en la casa de Villa Devoto marcó un capítulo en su historia. Esa noche, volvió a dormir en su habitación de la clínica de Parque Leloir. A pesar que lo despertamos a las diez de la mañana, se levantó una hora después. Como todos los días, le realizamos un exhaustivo control cardíaco. Luego de lavarse la cara, anunció su partida. Vestía una camiseta con su propio rostro, un símbolo de su resiliencia. Con afecto, se despidió de todos, firmó un par de camisetas y simplemente se marchó. El 20 de septiembre de 2004, abandonaba la Clínica Del Parque.


"No me van a quebrar", proclamó emocionado en su despedida a los argentinos. Sostenía en sus manos un rosario celeste, y la emoción se notaba en su mirada.


A veces me preguntan si Maradona fue un paciente difícil. Yo siempre respondo que no era difícil, era Maradona…


Tuve el privilegio de verlo nuevamente unos días antes del estreno de su programa "La noche del 10" en agosto de 2005. Era un Maradona radiante, lucido y con buena salud; había perdido 45 kilos. Era un Diego que atravesaba uno de los mejores momentos de su vida. Y así es como quiero recordarlo.


Llegaron "otros Diego". El Diego director técnico de la Selección, el Diego de los Emiratos Arabes, el Diego entrenador de Los Dorados de Sinaloa y el Diego DT de Gimnasia y Esgrima de La Plata.




Nunca volví a verlo, pero lo que vivimos juntos quedará eternamente en mi corazón. 


Esta es mi historia, 133 días cuidando a D10S en el mismo infierno.


El 25 de noviembre de 2020, dieciséis años después, el mundo se detuvo por un instante. El corazón del eterno Diez finalmente encontró su merecido descanso. Sus batallas, victorias y derrotas se entrelazan en una narrativa que trasciende el tiempo. Muere el genio imperfecto que fue mucho más que el futbolista más grande de la historia.


Hasta siempre, Diego...


Eduardo Arellano

Enfermero de Diego Maradona
















Comentarios